sábado, 23 de noviembre de 2013


Pálidamente pulcro, lamentablemente respetable, incurablemente solitario. Así describe el narrador del cuento a Bartleby, el escribiente. Se trata de un texto básico de la literatura anglosajona, escrito por Herman Melville y publicado en 1856. 

Contratado como copista en un bufete de Wall Street, Bartleby se presenta a trabajar siempre a buena hora y con una eficiencia absoluta. Copia textos largos sin hacer ruido, no pierde el tiempo, no socializa, no se queja y no sobresale especialmente en ninguna tarea. En otras palabras, es un personaje que muchos dueños de empresas podrían calificar como el empleado perfecto.

En un momento del texto, el jefe de la empresa lo llama para revisar la correcta copia de un texto corto. Bartleby le dice, con sobriedad y sin estímulo, preferiría no hacerlo. A partir de esa escena, cada vez que se le pide alguna tarea específica, más allá de las que tiene que hacer por contrato, responde con la misma frase: I would prefer not to. El tiempo pasa y Bartleby se acerca cada vez más a la ineptitud completa, a la ataraxia. Cuando es despedido, se rehusa a salir de la oficina empleando la misma muletilla. Incluso se muda a vivir a su estación de trabajo y, antes de ser reportado con la policía y encerrado en la cárcel, pone en jaque al director, que considera la opción de mudarse con todo y oficina lejos del cenizo escribiente.

Bartleby, el escribiente es una obra sencilla, directa y anticlimática que, no obstante, afectó directamente a escritores importantes, como Albert Camus, quien la consideraba una influencia definitiva. El texto también puede entenderse como un preview de La Metamorfosis y un antecesor directo de varias otras obras de aromas existencialistas.

Más de 150 años después de la publicación de Melville, miro un partido de la fecha 16 del Apertura 2013 de la Liga MX. Una combinación que en otros tiempos se anticipaba explosiva y que echaba a andar cascadas de pasión desbordada desde las tribunas, las cantinas y las salas de estar: Guadalajara vs. Universidad. Hoy, tristemente, se trata del partido que definirá quién es el peor equipo del torneo.

Saltan a la cancha. Descubro, con profunda nostalgia pero sin ninguna sorpresa, que José Luis Trejo, el DT de Pumas, ha decidido jugar sin delanteros y apostar inexplicablemente por un empate que lo dejará en el fondo de la tabla. Cortés, Orrantia y Luis García son los tres jugadores más adeltantados del cuadro universitario. Entonces pienso en Bartleby.

Entiendo que si su puesto depende de, al menos, no perder, salga con un cuadro precavido para enfrentar a Santos en la Laguna. También entiendo –aunque no lo justifico— que cambie a un delantero por un defensa para amarrar el primer y único triunfo de Pumas en la temporada, ante Rayados en Monterrey. Lo que simplemente no me entra en la cabeza es ensayar el empate contra el peor equipo del futbol mexicano en la actualidad. En el área técnica se pasea Jose Luis, pálidamente pulcro, lamentablemente respetable, incurablemente solitario. Si alguien le hubiera preguntado por qué no jugaron Nahuelpán, Ramírez, el otro Ramírez, Nieto o Bravo, quizás hubiera dicho: preferiría no responder.

No sé lo que vaya a pasar el próximo año. Me atrae mucho la idea de imaginar a José Luis Trejo sentado en su escritorio durante más de dos meses, mirando de lleno la pared de ladrillos sin parpadear, día tras día hasta que dan las seis de la tarde y puede irse a casa. Quizá ya hasta se ha mudado a vivir a la oficina del club.

Es más que probable que los directivos del patronato hayan querido echarlo ya, como queremos todos los aficionados, pero que simplemente no hayan podido. Que cuando le dijeron que se fuera, él prefirió no hacerlo. Y es tristemente claro que tampoco ha preferido opinar sobre la contratación de refuerzos para la próxima campaña. Uno lee los nombres en el diario. Se trata de un creador de juego con el pecho helado, una incógnita sudamericana y dos jugadores más, claramente elegidos por su jefe, el resuscitado Mario Trejo: Leandro Augusto y Dante López.

Dicen que un equipo, al cabo de un rato, adquiere la misma personalidad que su director técnico. Que los dioses tengan piedad del club Universidad antes de que termine con el puma de la camiseta borroso, los cabellos cenizos y las ganas de sobresalir escurridas por la coladera de las duchas en los vestidores.


@_zemaria

domingo, 3 de noviembre de 2013


¿Qué es un equipo sino sus jugadores, sus entrenadores, sus goles y sus errores?

Un día Bustos Domecq, paseando por Núñez, notó que el paisaje del barrio estaba cambiado. El día caía como siempre, pero ahí, abajo, algo faltaba. Se trataba de algo grande, algo monumental. En efecto, el estadio de River había desaparecido y en su lugar silbaba apenas un tibio eco de gol sobre un terreno baldío.

Es el cuento de Borges y Bioy Casares «Esse est percipi», una de tantas historias de Bustos Domecq, ese famoso personaje que construyeron juntos. Después de descubrir que el estadio ha desaparecido, Bustos se propone resolver el misterio sin imaginar aún la porquería que hay detrás. Después de algunas preguntas, es dirigido hacia el presidente del equipo Abasto Jrs., quien le confía el secreto: hace más de treinta años que no se juega un partido de futbol en Argentina, todo lo que hay son actuaciones en sets de televisión y narraciones fantasiosas en cabinas de radio. El futbol y los demás deportes profesionales no son ya sino obras del género dramático encargadas por él a los comentaristas de los medios, verdaderos narradores, creadores de historias. 

Hoy volteamos a ver el futbol mexicano y descubrimos que la cosa no está muy lejos de la ficción de aquel cuento. La liga es lo que percibimos de ella. El Chicharito es lo que nos dicen que es, Vela es quien los comentaristas deciden que sea. Fantasías dictadas a un micrófono. Y el que mueve los hilos —oh, coincidencia— es también el presidente de uno de los equipos: el dueño del balón, el cáncer Azcárraga.

Como buen texto de ciencia ficción, el cuento de Borges y Bioy plantea un escenario futuro terrible pero a la vez posible, consecuente y quizás hasta necesario. La realidad hoy en día pareciera ser el principio del fin. 

Como prueba, un balón: imagine usted a los aficionados del equipo San Luis. Si bien el estadio Alfonso Lastras no desapareció de un día para el otro, el equipo entero, sí. Una noche se fueron a dormir y, cuando despertaron, su equipo ya no jugaba en primera división. Los dueños del balón habían decidido que el equipo Jaguares se convirtiera en el Querétaro, que La Piedad se transformara en Veracruz y que el San Luis dejara de jugar en primera. ¿Por qué? Porque pudieron y porque quisieron, nada más.

Hablemos también del Veracruz, por ejemplo. ¿Qué pasó ahí? Una canallada. Es una tristeza ver a los seguidores desconcertados, como gallinas sin cabeza, revoloteando en las tribunas de un equipo que no es el suyo, pero que quiere impostar la historia que construyó Luis de la Fuente, Julio Ayllón, Casarteli, Malibrán, Bakero y hasta Cuauhtémoc Blanco.

Una de las preguntas que surgen ante este horror tiene carácter filosófico: ¿es ese equipo todavía el Veracruz? ¿Es un equipo —o cualquier cosa— algo más que la suma de sus partes? Si han cambiado todos los jugadores, los técnicos, las estadísticas y hasta la razón social del equipo, ¿siguen siendo los Tiburones Rojos? Si la respuesta fuera , la siguiente pregunta tendría que ser por qué. ¿Es acaso un equipo sólo su escudo, su mote o la percepción popular originada en los medios de comunicación que poseen nuestro futbol? 

Fue grave. Todo lo que pasó en el descanso de medio año fue muy grave. La identidad perdida de los equipos es también sustancia que se ha derramado, que se ha evaporado de la faz de la liga. ¿Será que muy pronto nuestro fútbol se convierta por completo en una obra de teatro o en una radionovela imaginada por la diminuta mente del Perro Bermúdez?

Qué asco.


@_zemaria