domingo, 3 de noviembre de 2013


¿Qué es un equipo sino sus jugadores, sus entrenadores, sus goles y sus errores?

Un día Bustos Domecq, paseando por Núñez, notó que el paisaje del barrio estaba cambiado. El día caía como siempre, pero ahí, abajo, algo faltaba. Se trataba de algo grande, algo monumental. En efecto, el estadio de River había desaparecido y en su lugar silbaba apenas un tibio eco de gol sobre un terreno baldío.

Es el cuento de Borges y Bioy Casares «Esse est percipi», una de tantas historias de Bustos Domecq, ese famoso personaje que construyeron juntos. Después de descubrir que el estadio ha desaparecido, Bustos se propone resolver el misterio sin imaginar aún la porquería que hay detrás. Después de algunas preguntas, es dirigido hacia el presidente del equipo Abasto Jrs., quien le confía el secreto: hace más de treinta años que no se juega un partido de futbol en Argentina, todo lo que hay son actuaciones en sets de televisión y narraciones fantasiosas en cabinas de radio. El futbol y los demás deportes profesionales no son ya sino obras del género dramático encargadas por él a los comentaristas de los medios, verdaderos narradores, creadores de historias. 

Hoy volteamos a ver el futbol mexicano y descubrimos que la cosa no está muy lejos de la ficción de aquel cuento. La liga es lo que percibimos de ella. El Chicharito es lo que nos dicen que es, Vela es quien los comentaristas deciden que sea. Fantasías dictadas a un micrófono. Y el que mueve los hilos —oh, coincidencia— es también el presidente de uno de los equipos: el dueño del balón, el cáncer Azcárraga.

Como buen texto de ciencia ficción, el cuento de Borges y Bioy plantea un escenario futuro terrible pero a la vez posible, consecuente y quizás hasta necesario. La realidad hoy en día pareciera ser el principio del fin. 

Como prueba, un balón: imagine usted a los aficionados del equipo San Luis. Si bien el estadio Alfonso Lastras no desapareció de un día para el otro, el equipo entero, sí. Una noche se fueron a dormir y, cuando despertaron, su equipo ya no jugaba en primera división. Los dueños del balón habían decidido que el equipo Jaguares se convirtiera en el Querétaro, que La Piedad se transformara en Veracruz y que el San Luis dejara de jugar en primera. ¿Por qué? Porque pudieron y porque quisieron, nada más.

Hablemos también del Veracruz, por ejemplo. ¿Qué pasó ahí? Una canallada. Es una tristeza ver a los seguidores desconcertados, como gallinas sin cabeza, revoloteando en las tribunas de un equipo que no es el suyo, pero que quiere impostar la historia que construyó Luis de la Fuente, Julio Ayllón, Casarteli, Malibrán, Bakero y hasta Cuauhtémoc Blanco.

Una de las preguntas que surgen ante este horror tiene carácter filosófico: ¿es ese equipo todavía el Veracruz? ¿Es un equipo —o cualquier cosa— algo más que la suma de sus partes? Si han cambiado todos los jugadores, los técnicos, las estadísticas y hasta la razón social del equipo, ¿siguen siendo los Tiburones Rojos? Si la respuesta fuera , la siguiente pregunta tendría que ser por qué. ¿Es acaso un equipo sólo su escudo, su mote o la percepción popular originada en los medios de comunicación que poseen nuestro futbol? 

Fue grave. Todo lo que pasó en el descanso de medio año fue muy grave. La identidad perdida de los equipos es también sustancia que se ha derramado, que se ha evaporado de la faz de la liga. ¿Será que muy pronto nuestro fútbol se convierta por completo en una obra de teatro o en una radionovela imaginada por la diminuta mente del Perro Bermúdez?

Qué asco.


@_zemaria

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