domingo, 9 de febrero de 2014



Al mundo lo conocemos de dos maneras. De forma directa, con los datos que nos ofrecen los sentidos; o mediante la experiencia de alguien más. La segunda manera es casi exclusivamente humana, aunque impropia, imprecisa y muchas veces falsa; la primera, también.

Las apariencias pueden ser o debo decir suelen ser engañosas. Un ejemplo que se utiliza mucho en epistemología para demostrar las posibilidades de equívoco en el paso de la experiencia lo que recogen los sentidos al juicio la clasificación que nuestra mente le da a esas percepciones es el siguiente: 

Dos hombres ciegos que no saben lo que es un elefante son enfrentados a uno. Uno toca su trompa y sus colmillos. Otro su piel y sus patas. La imagen mental que cada uno de ellos tiene del elefante será muy diferente, sin embargo, ambos alegarán que saben lo que es un elefante, porque han tenido contacto directo con él: alegarán evidencia.

Lo que sucede en el fondo es que nunca se tiene una evidencia completa de la percepción. Por eso los juicios humanos son tan dispares, por eso se nos escapa la vida discutiendo. Por eso la ciencia, aunque trata lo universal con métodos estrictos, nunca es irrevocable.

Ahora bien, lo que sabemos porque alguien más nos lo comunicó ya no sólo depende de los errores de percepción propios de nuestros sentidos defectuosos, sino también de los vicios, intereses y fallas lógicas de quien nos entrega el juicio. Ya lo dijo Gorgias: nada existe; si existiera, no lo podríamos conocer; si lo pudiéramos conocer, no lo podríamos comunicar.

Así llego al punto de una noticia que está de moda en nuestro mediocre futbol mexicano: Carlos Vela y la Selección Nacional. ¿Qué se sabe, en realidad, de lo que ha sucedido? Nada. ¿Qué han dicho los periodistas? Mucho. Más que mucho.

Directores de medios de comunicación, reporteros y comentaristas, esperaban ansiosos la culminación de la historia. Pensaban cómo encabezar el capítulo final en las planas de periódicos, especulaban sobre juegos de palabras con el apellido Vela que pronunciarían orgullosos (qué suerte, pensaban, que no se apellida López o Iturrigaray). Siguieron el viaje de Miguel Herrera a San Sebastián, ávidos de ser los primeros, con el tuit ya escrito y la flecha del cursor trémula sobre el botón de send, listos para disparar y acabar con la reputación de Carlos de un plumazo. Si le decía al Piojo que sí venía, lo tacharían de convenenciero; si volvía a decir que no, de traidor y pechofrío. Aves de carroña, picos afilados, cerebros mínimos.

Sócrates decía que el qué dirán sí era importante, siempre y cuando el tipo que opinara fuera un experto en el tema. Las voces desautorizadas no importaban, pero algunas sí. Yo me pregunto ¿qué clase de periodismo es este, el del futbol mexicano, que lanza opiniones durísimas y estúpidas basándose en conjeturas? ¿Cuánto daño económico ha asestado a la Selección, a la FEMEXFUT y a los dueños del balón nacional el sólo hecho de que Carlos Vela no quiera jugar con la Selección? 

Notemos que no se trata de cualquier jugador, sino probablemente del mejor jugador mexicano de la actualidad. Un jugador carismático, que atrae a los medios y a los patrocinadores, que lleva dinero a donde lleva su futbol. ¿Qué opinará Azcárraga de que le diga que no a la Selección, a su Selección? ¿Qué dirán entonces sus peones? ¿Qué están programados para decir los guiñoles que todos los días salen en la televisión a opinar sobre lo inopinable? Era obvio que no lo iban a perdonar.

Pero en el fondo nadie sabe qué es lo que pasa, cuáles son las causas por las que Carlos Vela ha dicho que no quiere jugar en el equipo de Azcárraga. Aquí entre nos, yo tampoco querría. Pero no puedo opinar, porque no tengo idea de los hechos. 

Algún día, quizá, Vela dirá por qué no quiso venir. Quizá nunca lo sabremos. Y no es importante, en realidad. Lo que sí es importante es aprender a discernir las opiniones autorizadas de las voces de los imbéciles, sobre todo cuando vamos a hacer nuestro un juicio ajeno. 

Parafraseando a Shakespeare: el futbol no es sino una historia, narrada por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa. Ese idiota se apellida a veces Alarcón o Martinoli, a veces Fáitelson y a veces Fernández. Tiene muchos rostros.

@_zemaria







  

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