jueves, 3 de octubre de 2013



Darwin recupera el balón por la derecha, toca al centro, Chato recibe. Después, escuchamos una voz que dice "Darwin recupera el balón por la derecha, toca al centro, Chato recibe". Como un odioso déjà vu, pero peor, porque la voz que escuchamos es la de Martinoli.

Por el afán de convertirse en narradores, los comentaristas de futbol se han transformado en cronistas inútiles. Por querer hablar más, como si tuvieran miedo al silencio, como si transmitieran para la radio, los comentaristas se han vuelto cada vez más obsoletos, cada vez más estorbosos. Son los documentalistas de lo obvio, el eco maltrecho de este hermoso juego, la razón por la que algunos partidos buenos se soportan acaso como malos y algunos malos son simplemente insoportables.

En las disciplinas narrativas de la literatura (y no en las líricas), el narrador es la pieza fundamental de la historia. Es la conexión entre el autor y el lector. Lleva la batuta de la cronología y resulta completamente necesario para entender cualquier texto. El narrador es el dios, el demiurgo de una historia. Siempre sabe más que el lector y, en esa medida, lo interesa, lo atrapa, lo convierte en cómplice.

El teatro y el cine, en cambio, aunque son también de carácter narrativo, tienen otros vehículos para contar, puesto que también son artes plásticas e interpretativas. Esos vehículos son los elementos visibles: actores, escenarios, luces, planos, actos. No hay narradores. ¿Qué tan estúpida resultaría una película en la que cada escena se narrara, al mismo tiempo en que se muestra y se desarrolla, por una voz en off? ¿Qué tan ridícula una obra en la que los actores dijeran, por ejemplo, "entro a escena, hablo con el actor que representa al César y le digo...", antes de hablar?

Así suena el futbol, tristemente, cuando se transmite hoy por las insulsas, manipuladoras y adoctrinantes televisoras nacionales.

Por eso, para ver futbol, lo mejor es ir a la cancha.

En el estadio uno se tiene que rascar con sus propias uñas. Frecuentemente los sistemas de sonido local son Steren o peores, así que uno tiene que deducir, analizar y memorizar lo que ve para saber quién fue amonestado, quién salió, quién entró, quién cobra el tiro de esquina y cuál es la alineación del equipo. Casi nadie va solo a ver a su equipo, lo normal es sentarse junto a un amigo, un conocido o una porra completa de descerebrados. Entonces el silencio se llena con cantos, mentadas de madre, gritos al cervecero y comentarios aislados. El "perro" Bermúdez no existe en la cancha. Por cierto, nota al margen: ¿bajo qué parámetros uno permite y promueve que le llamen "perro"? Pobre Zenón, pobres mascotas, ¿qué culpa tienen?

Son insoportables las frases idiotas que se quedan en la mitad del camino entre la descripción y la metáfora: "respetar el esfuerzo", "hágala", "juguete saltón llamado balón" (!), "abrir la cancha", "volumen de juego": todos términos huecos o, como se decía en la edad media, flatus vocis (voces vacías).

Los cronistas deben entender que su trabajo consiste, cuando más, en informar el nombre de quien trae la pelota y en comentar táctica y estratégicamente el juego: para eso les pagan. ¿O será, quizá, que no saben cómo hacerlo?

@_zemaria

1 comentario:

  1. Si lo ves por tv, tienes que chutarte a un par de idiotas creyendo ser cronistas, si vas a la cancha tienes que chutarte a varios idiotas creyendo ser dt's.

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