miércoles, 2 de octubre de 2013



Teatro griego antiguo. Somos espectadores. Sobre el escenario, una tragedia que haría llorar no sólo al niño dios, sino a Chuck Norris y a Felipe Calderón. Me refiero a una tragedia dura. Nosotros, usted y yo, sentados a mitad del anfiteatro, tragamos saliva para que nuestras hermosas novias griegas no piensen que somos frágiles.

Cuando está a punto de culminar el último acto nuestras túnicas empapadas de lágrimas, hombres y mujeres desmayados sobre las piernas de su acompañantes, cuando parece que el protagonista no tiene otra salida que la de matar a su familia entera, condenar a su pueblo y sufrir la deshonra, algo raro sucede.

Deus ex machina
: una deidad entra volando al escenario, ayudado por una máquina (una grúa, un sistema de poleas), y resuelve el problema. El protagonista es ahora el único que llora, pero de felicidad. La gente aplaude y usted y yo, en la tribuna, limpiamos las lágrimas antes de que las antorchas del ágora iluminen nuestra pusilanimidad.

Viajemos 2,500 años hacia el futuro. Usted y yo estamos en las gradas del estadio Martínez Valero, en Elche, España. La tragedia se desarrolla sobre un escenario verde. El equipo recién ascendido, un grupo primitivo, entusiasta y pobre, está a punto de empatar un partido con la escuadra más cara de la historia. Usted no llora, yo incluso sonrío. Se acerca el minuto 90. Llegamos a él. Lo rebasamos.

En el 94, algo sucede: un semidios vestido de azul celeste silba, señala, regaña y arregla todo. Penalti. Ronaldo, el héroe, dispara. El equipo más caro de la historia se lleva los tres puntos. ¿Nota usted, además de las lágrimas y la sangre, alguna diferencia con la tragedia que presenciamos juntos hace 25 siglos?

Yo no, y le voy a decir por qué.

En la Grecia antigua, las tragedias tenían una finalidad más importante que la de entretener al público: tenían un objetivo terapéutico. Sólo si la tragedia estaba escrita y representada con maestría, es decir, si la trama y las actuaciones eran creíbles, la obra surtía efecto. Si se dejaba llevar por la narración, la gente podía vivir en carne ajena sensaciones desagradables o violentas sin la necesidad de vivirlas en la vida real. Con este ejercicio se creía que el alma se purgaba de esas sensaciones, liberándose de ellas y haciendo que la gente saliera más feliz que como entró al teatro.

La tragedia, por tanto, comenzó a traicionar terriblemente su finalidad cuando se introdujo el recurso del deus ex machina. La historia dejaba de ser creíble y, por tanto, dejaba de funcionar para conseguir los objetivos médicos que se buscaban cuando fue escrita y montada.

En la liga española sucede algo muy parecido. Cada vez que un árbitro protege al Madrid (y al Barcelona) como sucedió hace un par de semanas en Elche, la liga pierde verosimilitud y, por ende, comienza a incumplir las finalidades para las que fue creada. La gente se alejará y el torneo se irá haciendo más aburrido día con día.

La pregunta es, ¿vale la pena devolver la credibilidad a una liga de únicamente dos equipos?

@_zemaria

1 comentario:

  1. Como la irrupción de la esposa del fulano asesinado en "El malentendido" de Camus. Aunque en el fútbol, termina por ser ridícula esta situación, pronto a esa liga costosísima, le ocurrirá lo mismo que a la nuestra, que los partidos de interés son por la disputa del descenso, o apostar cuántos goles le clavarán a Pumas, o cuántos subcampeonatos conquistará el Cruz Azul.

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