miércoles, 9 de octubre de 2013



El rey es dos reyes. Es Felipe IV de España, su idea, el icono que representa, el imperecedero cuerpo de la figura monárquica, el espíritu que ha quedado plasmado en los lienzos de Velázquez, sí. Pero también es Felipe, frente al espejo, peinándose el bigote hacia arriba para acentuar el prognatismo, el cuerpo perecedero del hombre, que se dirige a la carroña, que se baña y se rasura, que se reseca y que engorda.

El rey es siempre dos reyes. Es una figura y es una persona.

Pierre Michon, uno de los escritores vivos más importantes del mundo, ha desarrollado esta teoría, la de los dos cuerpos del rey, aplicándola a la historia de la literatura. No toda época tiene un rey, un escritor absoluto —Dante, Faulkner, Beckett—, pero sí, es un hecho, se busca todo el tiempo y se mantiene al anterior, aunque esté muerto, hasta que se pueda proclamar uno nuevo. La idea del rey, la necesidad de tener un rey, permanece. Está ahí, aunque no esté encarnada en nadie vivo, reinando.

Cuando Faulkner fue rey, muchos escritores de la época querían escribir su propio The sound and the fury. Era el paradigma estético vigente. Después, cuando alguien más ocupó su puesto, el paradigma cambió. Pero la cuestión importante está en la necesidad de un paradigma, de un faro que dirija a todas las embarcaciones.

El rey del futbol es un equipo. Jugar bien, hasta hace un par de años, quizá todavía hoy, es jugar como el Barcelona. Messi es el rey. Xavi e Iniesta son los reyes. Hay un triunvirato que rige, aunque en cada partido veamos setecientos pases laterales, aunque Messi no juegue igual en Argentina, aunque Xavi corra menos y recupere menos balones que Schwensteiger, aunque se esté jugando ante Getafe y no ante el Dortmund o el Chelsea.

Fue la selección holandesa de los setenta. Fue el Madrid de los ochenta. Fue la Hungría de Puskas. Las características que invistieron a esos equipos como reyes fueron siempre diferentes: la velocidad de desdoble, el futbol total, la contundencia, la garra, los títulos logrados.

¿Cuánto tiempo pasará para que haya otro nuevo rey? Nadie lo sabe. Quizá hoy se esté fraguando una conspiración, una conjura para derrocar al Barça. Quizá el príncipe de Múnich esté a punto de apropiarse por completo del reino. Habrá que esperar.

Pero hay una pregunta más profunda. ¿Hasta cuándo seguiremos viviendo en una monarquía futbolística? ¿Necesitamos un rey? ¿Es posible mantener la competitividad de las ligas apostando por otras formas de jugar al futbol además del famoso y aburrido tiki-taka? El Atlético de Madrid, el Bayern Múnich, el Borussia Dortmund y, en niveles más elementales, el América de México lo están intentando.

Aboguemos por una democracia futbolística, una forma más plural y colorida de entender este juego, o perezcamos viendo una única manera de ganar y una ola entera de equipos intentando implementar sistemas que no corresponden a sus capacidades técnicas ni físicas.

@_zemaria







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